03 Mar El canto andalusí y Ziryab
El amplio repertorio lírico de la fecunda al-Andalus aún vive manteniendo en su cuerpo y armadura musical su seña de identidad con urdimbre y cadencias en forma de notas, que han quedado flotando en la atmósfera durante siglos, a la vez que rememoran con nostalgia un pasado de glorias y reconocimiento. Este sentir por la música andalusí, su belleza y sólida armonía es transmitido por Amina Alaoui en su artículo «El Canto Andalusí: Aproximación Histórica y Geográfica a la Herencia Andalusí», donde hace referencia a títulos tan interesantes como el concepto de canto según los tratados Árabes, la Nuba en función del tipo de canto empleado, o la relación entre la escuela musical de Oriente y Occidente, donde sobresale la escuela de canto del polifacético Ziryab, a la que haremos referencia más adelante. Por ello, por su ferviente amor dedicado a al-Andalus, su punto de vista tan sensible, basado en la eterna admiración y sus frases de contenido limpio, es lícito rememorar parte de sus palabras.
Como ejemplo de la fusión musical andalusí diremos que relaciona armonía y monumento, la Alhambra y las piezas musicales, dotadas de un mestizaje que a modo de sello le confiere personalidad y carácter único. La mezcla de ritmo y acordes es semejante a la arquitectura, estilos artísticos y añadidos como elementos constructivos que hacen de ella una realidad firme y tendente a la tolerancia, por su fusión transmisora poético-filosófica, comparable a los saberes de los grandes, como Averroes o Ibn Arabí.
El nuevo género musical, al gestarse en esta simbiosis de culturas, fruto de la actualidad histórica en la que ve la luz, se identifica por ser compleja y refinada. Miles de matices coloristas inspirados en sabores, fragancias y texturas de sedas, pasamanería y encaje, muestran un gusto y rigurosidad en la composición, así como exquisitez en las formas, no dejando nada a la improvisación, no obstante en apariencia de una gran soltura y ligereza.
Por su vinculación al concepto de la creación, esta enraíza, al igual que otros tantos géneros musicales surgidos en el tiempo, a un origen divino inspirado en el Paraíso, la esfera celeste y la eternidad del alma; de ahí su fuerte contenido alegórico que se fundamenta en tres conceptos esenciales, tal y como defiende Amina:
– Que el alma contenida en el recipiente del cuerpo vive y se alimenta del canto y la música.
– Que el duende o tarab representa el éxtasis que se produce en el alma al apreciar el sonido musical.
– La evidente sintonía de la música con la Armonía Universal al considerarla como inspiración divina de procedencia directa del mundo universal.
Desde un primer momento es la música la que se pone al servicio de la voz hablada en forma de poema, dándole entonación y un marcado ritmo a base de acordes que, con el devenir del tiempo, desarrollará una cada vez mayor complejidad hasta eclosionar en un auténtico «Renacimiento» musical. Este florecimiento radiante será a partir de ahora la insignia que caracterizará la cultura musical árabe hasta nuestros días.
La gran al-Andalus, heredera directa de de todas las artes y conocimientos en su más amplia acepción, se ve colmada por la aparición de una nueva figura engarzada a partir de ahora y para siempre en su historia: Ziryab, hombre de gran portento cuyo bagaje cultural e interés continuo encaminado al aprendizaje y asimilación de teorías que dotarían de contenidos su propio enriquecimiento personal, le llevará también a convertirse en maestro de gran talento en este campo. Este recibió el sobrenombre del «mirlo negro», por su tez morena, su bello timbre dotado de perfectas cualidades sonoras y un prodigioso dominio de la voz cantada (ya que el artista de la época debía poseer cualidades excepcionales para la interpretación: una ferviente espiritualidad, expresividad y facilidad en la pronunciación; es decir, un dominio de la técnica fuera de lo común que le permitiera llegar a un gran reconocimiento en la tradición musical).
Su mecenas en este campo fue el gran maestro Ishaq al Mawsili, aunque la leyenda hace mención a distintas versiones sobre la relación existente entre los dos prestigiosos músicos: una de ellas pone de manifiesto como, en ocasiones el alumno aventaja al maestro y, por envidia este último, cuyo poder para mover los hilos en la Corte era superior, Ziryab perdió el favor del Califa Harûn Rachid, en cuyo palacio residía como cortesano. Tal vez fuese así, otra interpretación lo señala a él mismo como único responsable de su despido por «actitud irreverente y rebelde» de un por un entonces jovencísimo y temperamental Ziryab durante su estancia en la corte, al saltarse las reglas establecidas entre alumnos y maestros. Hay relatos que sostienen que, sencillamente, el mentor le amenazó con un futuro lleno de desdichas si no se marchaba de Bagdag dejándole el terreno libre, a lo que Ziryab, sabedor del considerable poder que poseía, respondió con su marcha sin ni siquiera dar explicaciones al califa.
En cualquier caso, Ziryab, tras pasar algunos años en Irak – en los cuáles se pierde la pista de sus avatares- encontraría al fin fortuna gracias a los favores de otro califa, Abderramán II, que fue recibido con todos los honores -¿qué mejor honor que el mismísimo califa en persona saliera a su encuentro a caballo, le cubriera de regalos y le concediera un lugar privilegiado reservado exclusivamente a sus íntimos en la corte de Córdoba, en este caso como jefe de los cantores de palacio? Alaoui puntualiza en este apartado que no pudo ser -tal y como aporta Ibn Jaldún en su «Discurso sobre la Historia Universal»- recibido por el padre del califa protector, el emir Al Hakam I, magnánimo protector de las artes y ante quien los prejuicios religiosos atribuidos al género musical de antaño irían esfumándose poco a poco. Si bien es cierto que conocía la pronta llegada de Ziryab, nunca sin embargo llegaría a verlo, ya que fallecería poco tiempo antes, a la edad de 53 años. El músico, sabedor de la muerte del emir estando ya de camino, a punto estuvo de dar media vuelta, aunque cambió de idea una vez supo que su sucesor se reafirmaba en la proposición que en su momento hiciera su padre.
Tan generosa contigo la lluvia al caer,
¡Oh días de la unión en al-Andalus!
Inqillab al-ramal. Moaxaja.
Ibn al Jatib
Así, podemos decir que en la Córdoba del año 822 surge el que puede considerarse el primer Conservatorio de Música de Europa en la acepción con la que se conoce hoy día, donde ejerció sus dotes como pedagogo musical. Introdujo una técnica innovadora especialmente en lo que se refiere a materia de canto, con un esquema original de creación propia que le llevaría a formar grandes artistas. Estas enseñanzas se convirtieron en dogma que nadie discutía, puesto que la alargada sombra del gran Ziryab se prolongaba hacia otras muchas disciplinas que le hicieron merecedor de la admiración y debilidad que la nobleza sentía por él, convirtiéndose en práctica imposible el rebatirle alguna teoría.
Sus curiosas reglas en torno al canto no dejan de llamar la atención por inverosímiles, si bien es cierto que funcionaron lo suficientemente bien como para ser precursoras de una de las etapas de mayor resplandor musical. Al nuevo aspirante lo sentaba sobre un almohadón de cuero (otras aclaraciones dicen que colocaba al alumno de pie sobre una banqueta) para calibrar la potencia de voz según la cuál establecía su calificación; tenía que gritar lo más alto y agudo posible «Ya Haÿÿan» («Oh barbero»). Si el pupilo cumplía la expectativas comenzaba su disciplina de inmediato, de no ser así -ya fuese por problemas observados en la respiración, un timbre demasiado incrustado en la máscara facial, o problemas de dicción-, intervenía antes en su preparación física, asiendo a su abdomen un turbante que haría presión, con la intención de reducirlo para mejorar la colocación de los sonidos emitidos; si el cantante tenía problemas de relajación a la hora de controlar su mandíbula abierta al cantar, le indicaba como remedio el morder durante las noches un trozo de madera de unos dedos de anchura para que esta cediese en favor de una mayor abertura. Si finalmente nada funcionaba, lo mejor era dedicarse a otro oficio con más fortuna.
Tras esta primera fase, proseguía el arduo entrenamiento, ya que el individuo ha de estar bien dispuesto, física y psíquicamente, para dedicarse en cuerpo y alma a la perfección musical, sin obstáculos que distraigan su atención; primero a capella, recitando en verso, hasta obtener una dicción clara, llevando el compás más tarde con un instrumento de percusión; después la enseñanza de la melodía apropiada y aplicada al recitativo, sin florituras ni adornos. Finalmente, la fase de interpretación, con la impostación precisa, perfección de la emisión, afinación, expresividad, modulación según la intensidad del verso o compás entonado, coloratura, trinos, etc., hasta que la habilidad de esta práctica era impecable.
Otra de sus empresas es la inserción de la quinta cuerda en el laúd, con una simbología especial, así como la tinción de todas las restantes, como medio de personificar los humores del cuerpo humano en relación a los elementos de la tierra. La primera cuerda, que tiñe de amarillo, vendrá a representar la bilis y el elemento del fuego; la segunda, que sería roja, el aire y la sangre. La tercera cuerda, que es la que incorpora Ziryab, tendrá un color carmesí, como caracterización de la vida y el alma. Restan la blanca, sin teñir, manifestación del agua y la flema y, por último, la cuerda negra, encarnación de la tierra y la melancolía. A este nuevo sistema de acordes añadió la pluma de águila para puntearlas en lugar de la de madera que se había empleado hasta el momento. Tanta destreza, imaginación y desenvoltura para la creación le facilitó la resolución de un nuevo género musical, la Nuba, canciones encadenadas en base a los ritmos en cuatro movimientos, cuya duración se prolongaba durante horas para agasajo del emocionado asistente al concierto, constituyendo un verdadero despliegue de exhibicionismo creativo.
Por desgracia, no existen muchas más noticias al respecto, a pesar de la curiosidad que despierta tanto este célebre personaje como su metodología, la cual no se aleja demasiado de algunas de las teorías o conceptos instaurados en el aprendizaje musical moderno. No hay que ser un estudioso o gran entendido en la materia para entender la belleza escondida en la complejidad de la música como canto sostenida por la voz, reflejo de las pasiones humanas donde el cantante desnuda el alma en cada nota, en cada compás, en cada verso inspirado desde lo más profundo del ser. De no ser así, ¿buscaríamos regocijo en otra forma de transmisión, superior al simple diálogo hablado despojado de las cualidades ornamentales, que aúne la que es posiblemente la más valiosa herencia que ha logrado vencer el inexorable paso del tiempo hasta nuestros días?
Reportaje «El canto Andalusí y la escuela de Ziryab». Autora: Carmen Checa. Publicado en el nº 37 de la revista El legado andalusí. Una nueva sociedad mediterránea. Edita Fundación El legado andalusí.
Fuente: legadoandalusí.es
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