28 Ene Las otras llaves de la Alhambra que entregó Boabdil
La historia de las casas que los cristianos reformaron y levantaron tras la toma de la fortaleza en 1492
Manuel Morales
Una casa para el artillero Gonzalo de la Luz, otra para el escudero Diego Molina, una vivienda para el barbero y cirujano Juan de Montalbo, otra para el peón y escopetero Juan Barba, casas para María de Medina, criada de la reina; casas para Antón López, copero de la reina… Año 1492, el 2 de enero, Isabel I de Castilla y su esposo, el rey Fernando II de Aragón, entran en la Alhambra, último reducto musulmán en la península Ibérica, y ponen fin a la Reconquista, iniciada en el siglo VIII. Más allá de los muros palaciegos y de la leyenda de las lágrimas del rey Boabdil el Chico tras entregar las llaves de la fortaleza roja, hubo un grupo de cristianos que acompañó a los monarcas y protagonizó el último proceso repoblador en al-Andalus. Una investigación de la historiadora del arte Elena Díez Jorge, de la Universidad de Granada, documenta más de una treintena de casas —hubo más, aunque no se sabe cuantas— que esos cristianos levantaron o reformaron dentro del recinto palatino, un hecho apenas analizado.
«Se han estudiado los palacios de la Alhambra y los espacios que usaron los Reyes Católicos. Es la historia de los poderosos pero hay que completarla con la de la gente común que fue a vivir y a trabajar allí a partir de 1492, y que contribuyó a consolidar la Alhambra como ciudad palatina y barrio avecindado», dice por teléfono Díez, cuyo trabajo se incluye en el libro La casa medieval en la península Ibérica, un volumen de 725 páginas publicado por la editorial Sílex y que esta profesora ha coordinado junto a Julio Navarro Palazón, investigador de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
«En las capitulaciones de la guerra de Granada se acordó hasta la puerta de la Alhambra por la que iban a entrar los Reyes Católicos y por la que saldría Boabdil. Los altos cargos de los reyes calcularon que sería bueno que allí vivieran unas 200 personas, quizás manejando una cifra aproximada a la que debió de haber en la época nazarí entre artesanos y servidores», explica Díez. Los nuevos vecinos fueron, al principio, sobre todo soldados que, como se repite en la documentación, repararon las casas porque estaban en mal estado. Sin embargo, la historiadora se muestra cautelosa sobre tal afán reformador: «Declarar que habían tenido gastos por obras era una razón importante para que les dejaran quedarse con la casa». Además de a la soldadesca, Isabel y Fernando concedieron viviendas a personas vinculadas a la corte, y grandes palacios a personajes relevantes como el capitán Álvaro de Luna. De las casas modestas, apenas quedan restos arqueológicos.
El archivo de Simancas
Díez revisó en el Archivo General de Simancas (Valladolid), que guarda la documentación de los gobiernos de la monarquía hispana desde 1475 hasta 1834, más de 130 documentos, y trabajó con otros legajos en el archivo histórico de la Alhambra. «Ha sido como unir piezas de un puzle». En Simancas están los libros de cédulas de la Cámara de Castilla. En ellos, se registraron las «mercedes» que otorgaban casas en la Alhambra. «Ahí se especificaban los linderos y la extensión de la vivienda, aunque esas mercedes no obligaban a residir al propietario». Por eso, hubo dueños que no entraron de inmediato, lo que otros aprovecharon para ocuparlas, eso sí, con el permiso del alcaide de la Alhambra, el todopoderoso conde de Tendilla. Sin embargo, cuando llegaba el propietario, a veces años después, el inquilino no se quería marchar, lo que generó largos pleitos. Un ejemplo es «el del licenciado Guadalupe», al que los reyes concedieron unas casas en diciembre de 1500 pero no las habitó. Poco después, un teniente capitán, Hernando Romero Ponce, obtuvo el permiso para vivir en ellas. La situación se mantuvo hasta que, sesenta años después, un nieto del licenciado Guadalupe reclamó la propiedad. Sin embargo, la justicia declaró «extinto ese derecho», entre otras razones, porque las viviendas se habían «labrado y reparado» y porque la familia del licenciado había «callado por mucho tiempo».
El trabajo de Díez documenta las áreas en las que se arracimaron las nuevas viviendas y describe cómo eran por dentro y su extensión. «En general, eran pequeñas, ya fueran de una o dos plantas». Pero la posición social pesaba: Diego Salinas, escribano de cámara de la reina, tenía una casita con una superficie de 4,2 por 5 metros en planta. Minúscula en comparación con la del noble Juan Chacón, un palacio con una planta de 40,5 por 25 metros. «En las más modestas era importante poder tener un huerto o un corral, y se seguían las normas de la época: sin apenas muebles pesados, sino arcas. Pocas tenían cocina como estancia independiente y fue toda una novedad cuando empezaron a incorporar la chimenea». Por último, la historiadora incluye los tipos de familias que repoblaron la Alhambra: normalmente, un hombre con su esposa e hijos y, si eran adinerados, residían con el servicio doméstico. Pero hubo otros casos, como el de un padre que vivió con su hijo, un soldado, para curarle de las graves heridas sufridas en la toma de Granada.
Fuente: El País
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